El síndrome Saramago0
906 26/01/2005, 09:28 La-Vanguardia.-ORIOL-PI-DE-CABANYES
La política, tal como generalmente se expresa, querría simplificarlo todo en dos opciones. O eres de los nuestros o eres de nuestros contrarios. O eres progre o eres facha.
El reduccionismo se impone en todos los órdenes de la vida social. Y así vamos colocando etiquetas a todo bicho viviente, de modo que, una vez ya creemos saber qué pie calza, nos ahorramos tener que discernir por cuenta propia si estamos o no de acuerdo con su opinión.
El fenómeno -que prospera a medida que prosperan la pereza mental y la adhesión automática a lo que hemos dado en llamar lo políticamente correcto-consiste en decir siempre lo que conviene decir. Y no según la propia verdad, sino según el prejuicio generalizado. Hablando de esta dimisión del pensar personalmente, Ferran Sáez Mateu denunciaba en un artículo en Avui el tan extendido mecanismo de adhesión o de rechazo a alguna idea u opinión no en virtud de su contenido de verdad más o menos contrastable, sino simplemente en función de quién se haya expresado. Omejor dicho: en función del estereotipo en que se tenga previamente conceptuado al emisor de tal o tal otro mensaje. Sáez Mateu, que bautizaba el fenómeno con el sugerente nombre de "síndrome Saramago", lo explicaba gráficamente con un ejemplo extraído de una conferencia en la que el ex president Pujol sentenció nada más y nada menos que: "El absentismo en las aulas, el fracaso escolar y la violencia en la escuela se deben a la dimisión de la familia de sus obligaciones históricas".
¿Dimisión, por parte de la familia, de sus "obligaciones históricas"? La cosa suena como propia de un conservador, claro, si no de un reaccionario puro y duro. Pero resulta que Pujol la dijo reproduciendo textualmente lo que había manifestado pocos días antes nada más y nada menos que José Saramago. Si la frase hubiera sido anunciada como procedente de un santón del progresismo como es Saramago, muchos ya la habrían apreciado de entrada sin recelos.
Sáez Mateu considera que nos hallamos ante una "mutación posmoderna del virus de la censura" y que "los nuevos censores", que impelen a callar antes que a decir algo que no cuadre con los esquemas preconcebidos como de progreso, se ubican en "la acreditada trinchera del pensamiento crítico". "La jugada es, pues, perfecta: faculta a hacer callar a todo el mundo sin necesidad de argumentar nada. Sólo es necesario ir repitiendo que los otros son neocons,etcétera. El síndrome Saramago se encarga del resto: el auditorio espera a aplaudir con entusiasmo o bien a silbar hasta que conoce al autor de la idea expuesta (que en sí misma importa poco). Estos segundos de espera, que son la característica esencial del síndrome Saramago, constituyen una curiosa derivación del leninismo, que es la doctrina madre de los nuevos censores".
No se trata, pues, de escuchar las razones de nadie, sino de considerar qué etiqueta le ponemos al que dice algo. Los mensajes dependen cada vez más, incluso en nuestra apreciación, del canal por el que nos llegan. Pasaron ya los tiempos en que el racionalismo, siempre atento a no dejarse engañar, aconsejaba sopesar bien los mensajes que llaman antes a nuestro entendimiento que a nuestra adhesión inquebrantable. Joan Fuster replicaba al acrítico "puix que parla català, Déu li do glòria" con un socarrón "puix que parla català... vejam què diu". Eso: calibremos qué se dice, sin ceder al prejuicio de quién lo dice.
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