El camión de las basuras0

718 04/04/2005, 09:22   

Llega la enésima reforma de la enseñanza y uno teme que, una vez más, la retórica ideológica se imponga como un celoso cinturón de castidad, en las propuestas del legislador, en las de la oposición y, por añadidura, entre los opinadores.

EL DOCENTE TIENE que cultivar los valores de la tolerancia y la disciplina en un mundo presidido por la primacía de la rentabilidad

Ya basta de corsés. Desde la publicación, en diciembre de 2004, del informe Pisa no hay ya lugar para los devaneos retóricos. El sistema educativo español está a la cola de Europa. Muchos de nuestros niños y adolescentes no consiguen dominar las operaciones matemáticas básicas, tienden al analfabetismo práctico y sus conocimientos están a la altura del betún. La institución escolar está enferma. Y lo está, en primer lugar, a causa de factores socioculturales. La escuela reproduce las enfermedades del presente. Sujetos de la educación son estos niños sobreprotegidos para los que sus progenitores no tienen un no, acaso culpabilizados por el escaso tiempo que pueden dedicarles. Sujetos de la educación son tambien los adolescentes: el segmento social más domesticado por la publicidad. Niños y adolescentes son juguetes en manos de los medios audiovisuales, de los juegos cibernéticos, de las subculturas juveniles: músicas, modas, perfumes, revistas, tribus... La noche se ha convertido en la patria de los jóvenes: un mundo al revés, con sus templos, sus ídolos, sus liturgias, sus pastillas. Sólo los adultos que sacan tajada de esta patria tienen entrada en ella. La formación juvenil está más en estas manos que en la de padres y maestros.

La enfermedad de la escuela, en segundo lugar, es hija de dos factores sociales que afectan en mayor medida (aunque no exclusivamente) a la enseñanza pública: por una parte, el desencuadernamiento de la familia tradicional y el consiguiente aumento de las familias desestructuradas (fenómeno que contribuye a la desaparición de muchas pautas básicas de conducta social). Y, por otra, el impacto del fenómeno migratorio, especialmente visible en los barrios desfavorecidos. Las escuelas e institutos de estas zonas han tenido que acoger a la inmigración, el gran fenómeno de nuestro tiempo, prácticamente en exclusiva. Las aulas de estas zonas son homogéneas en pobreza y precariedad social, pero enormemente variopintas en lenguas y orígenes. Los institutos de estos barrios pueden ser edificios nuevos, pero en seguida se degradan. Pueden tener una ratio de pocos alumnos por clase, pero las excepcionales circunstancias impiden a los docentes aprovechar esta vieja aspiración pedagógica.

No centremos, sin embargo, el problema en el factor inmigración. Con ser importante, no es, de momento, decisivo, en la enfermedad de la enseñanza. Incluso en las escuelas de las zonas socialmente templadas, el impacto de los cambios culturales que la sociedad liberal arrastra se notan de manera agresiva. El docente está obligado a defender todo lo que la sociedad abandona: tiene que cultivar los valores del respeto, la tolerancia, el orden, la disciplina y el esfuerzo gratuito en un mundo presidido por la primacía de la rentabilidad sobre el sentido. El docente tiene que activar el gusto por la lectura, las bellas artes y el humanismo en una sociedad que se rie de todo eso en la omnipotente televisión, convertida en la casa de todos, en el vecindario nacional. En una televisión que entroniza el cutrerío y el kitsch,que proclama la palabra populista, que descredita cualquier representación de la autoridad. El docente debe presidir un aula y enseñar a hablar con propiedad en pleno auge del grito; debe exigir el esfuerzo en pleno auge del dolce far niente.La escuela se ha convertido en el camión de basuras sagradas: todo lo que la sociedad rehúsa, olvida o menosprecia deben los profesores cultivarlo en las almas de jóvenes cuyos padres confiesan no saber cómo tratar.

Otras muchas razones explican la enfermedad de la enseñanza. El impacto de las nuevas tecnologías, por ejemplo, que ha invalidado la didáctica tradicional: la pizarra y el discurso del profesor, naturalmente, pero también el libro, principal transmisor del conocimiento RAÚL desde la revolución de Gutenberg en el siglo XV. Como consecuencia de la formidable influencia de la revolución audiovisual, progresa entre los jóvenes el pensamiento en el plano de la simultaneidad (pueden seguir cinoc o diez canales a la vez) en explícito contraste con el pensamiento secuencial (línea a línea, página a página) que propugnan sus profesores.

Estos síntomas de la enfermedad de la enseñanza provocan dos reacciones políticas. La apelación a la ley de la selva: un "¡Sálvese quien pueda!" que, en general, favorece a los retoños de las familias más favorecidas. O el ingenuismo que pretende curar la grave enfermedad con buenas palabras, mejores intenciones y un ligero aumento de los presupuestos.Yno. La enfermedad de la enseñanza seguramente no pude curarse porque es expresión precisa de los cambios de civilización de nuestro tiempo. Pero, como sucede con el sida y con tantas otras incurables enfermedades no metafóricas, los males de la enseñanza puede ser frenados y paliados hasta posibilitar sino la salud total, sí una vida fructífera. Para alcanzar este punto, es fundamental que los políticos de todo signo y la sociedad civil adquieran una conciencia que no tienen. La conciencia de que, sin educación, no sólo pierden los muchos niños y jóvenes que fracasan. Es toda la sociedad la que pierde el tren del futuro.


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