Acusando recibo a Tini Areces por su regalo de un ejemplar de «El Quijote»0

961 31/05/2005, 13:43   

Estimado Presidente:
A finales de la pasada semana, se me comunica en el Instituto que he recibido un regalo del Gobierno asturiano. Se trata de un ejemplar de «El Quijote», que tiene la particularidad (no voy a decir el atrevimiento) de incluir unas palabras suyas acerca de la inmortal obra cervantina. Adjunto a ello, va una carta despersonalizada en cuyo encabezamiento viene aquello de profesora, en la que usted elogia la labor docente del profesorado de Lengua y Literatura en particular y del de Humanidades en general, pues somos nosotros los destinatarios de tan preciado presente.

Muy bien, don Vicente. Todos compartimos la admiración por un libro que, además de otras muchas cosas, abre camino a la novela moderna, y que es sin duda alguna el mayor tesoro de nuestra literatura. Lo que pasa es que, ante el inesperado regalo, he ido pasando de la hilaridad a la indignación, y tiro porque me toca.

Elogia usted nuestra profesión, que en un tiempo fue la suya. Aprovecha el rosario laudatorio para colar que Asturias está en cabeza en España en los logros de la Enseñanza Secundaria. Al tiempo que dice esto, no hace alusión alguna al hecho de que el profesorado asturiano va a la cola en lo tocante a remuneración. Pues en otras comunidades autónomas quienes ejercen nuestra misma tarea, con idéntica titulación y con el mismo sistema de oposiciones, perciben un salario muy superior al nuestro. Asimismo, en su epístola no parece darse cuenta de que una cosa son los datos del número aprobados y otra muy distinta el nivel de conocimiento adquirido por nuestro alumnado. No quiero creer que nadie pueda estar conforme con un fracaso escolar encubierto sobre la base de aprobados que, como mínimo, pueden ser en muchos casos la mar de generosos. ¿Sabe, don Vicente? Cada docente en la enseñanza pública -estoy por apostar- se siente humillado y ofendido al tener la sensación de haber sido burlado con una ínsula Barataria que, en el mejor de los casos, no pasó de ser algo demasiado ilusorio.

Don Vicente, la vocación de la que usted habla en su carta se alimentaba y se alimenta, entre otras cosas, por el convencimiento de que se concede importancia a nuestra tarea de enseñantes, como miembros de una profesión merecedora del más elemental derecho a trabajar en condiciones dignas. Pensábamos y pensamos muchos en nuestro colectivo que es irrenunciable enseñar, que es esencial para nuestro alumnado la adquisición de unos conocimientos cuya consecución requiere entre otras cosas el esfuerzo. Que es obligado un mínimo de exigencia. Y que nosotros somos enseñantes, y no «educadores» de una sarta de tópicos la mar de ñoños. Que los institutos no son guarderías.

Desde la ínsula Barataria, don Vicente. Sentimos que se han hecho demasiados escarnios con nosotros. Que apenas tenemos autoridad dentro de los aulas. Que quienes de distintos modos vinieron desertando de la tiza se permiten darnos consejos y hasta tirones de orejas más o menos paternalistas.

Desde la ínsula Barataria del ámbito de la docencia, don Vicente, hemos venido creyendo, y creemos, que para un Gobierno de izquierdas, bien sea autonómico o estatal, la apuesta por la enseñanza pública es irrenunciable. Y que esa apuesta pasa por ser ambiciosos a la hora de marcarse objetivos en el aprendizaje de los alumnos.

Lo idílico, don Vicente, no es que los aprobados estén de rebaja, que los contenidos disminuyan. Lo idílico es y sigue siendo que todo el mundo sea consciente de que la principal herramienta de justicia y de progreso en una sociedad es el saber, es la preparación, es la cualificación. Y que nosotros, enseñantes, tenemos la obligación de poner esas herramientas al alcance de nuestro alumnado. Esas herramientas y su modo de uso y disfrute.

Desde la ínsula Barataria, don Vicente. Tenemos un salario más bajo que en la inmensa mayoría de las comunidades autónomas. Estamos cada vez más maniatados en las aulas para llevar a cabo nuestra tarea. Y nos sentimos burlados al ver que, desde 1982 a esta parte, ustedes, los de izquierdas, nos desprestigian y nos convierten en administradores de saldos. Saldos en los conocimientos que debemos impartir y exigir. Saldos en nuestros derechos en lo que respecta a nuestras condiciones de trabajo. Y saldos que llevan camino de convertirnos en maquilladores de unos datos que esconden una alarmante carencia de ambición a la hora de transmitir saberes.

Desde la ínsula Barataria que habitamos, se nos obsequia con visitas a los centros de quienes dicen ser nuestros representantes sindicales, virtuosos a la hora de dejar la tiza, de vender lotería y de reivindicar una vez al año subidas salariales, que mezclan con otras reivindicaciones. Pero si toca hablar de condiciones de trabajo se llaman a andana.

Recuperar la cordura es para nosotros tan amargo que de veras nos sentimos quijotes. Nuestros libros de caballerías de la orden docente hablaban de la Institución Libre de Enseñanza, y de un afán por saber que no vimos en sitio alguno tan pronto hicimos nuestras primeras incursiones en las aulas.

Los gigantes son molinos que trituran ambiciones científicas e intelectuales. Y los duques se alegran mucho de que la escuela pública esté de rebaja. Y de que a nosotros nos toque vender los saldos.


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