Los perros verdes0

846 09/06/2005, 10:02       #Violència escolar, #Salut laboral, #LOGSE,

Jokin se tiró de la muralla; Eva, de un puente a 26 metros de altura, algunas chicas muy sensibles se matan lentamente de anorexia. ¿Por qué se suicidan nuestros adolescentes? Hay violencia en las aulas y se acosa al que no sigue las reglas de la pandilla. Extramuros del instituto los «latin kings» y las bandas de nativos se ajustan las cuentas a navaja, como las «Gangs of New York», la película de Scorsese. Ya tenemos aquí lo que pasa en otros sitios. Hay ultras violentos y matones de barrio que salen de cacería por su territorio, como Alex y su peña (los «drugos») de «La naranja mecánica». Se tradujo mal esta obra de Stanley Kubrick. En la jerga inglesa se dice que es más raro que una clockwork orange, más raro que un perro verde, diríamos en castellano. ¿Y con qué hueso se calma la ferocidad de esos chicos que van en manada?

Para «perros», la jauría de adolescentes de la primera novela de Vargas Llosa, hace más de cuarenta años, en la que los internos del colegio peruano Leoncio Prado se atacaban y destrozaban a dentelladas. Pero vivían en una perrera militar, bajo una disciplina feroz y un severo código de hombría. La admisión en la pandilla, el cuartel o una institución siempre ha exigido superar una prueba de valor. Las novatadas a los nuevos reclutas eran crueles, y los estudiantes veteranos siempre han vejado a los pipiolos de primero. Esta tradición escolar viene de la Edad Media, y se puede leer en el «Buscón» de Quevedo, cuando a la voz de «¡nuevo!», cientos de estudiantes rodean al novicio y le arrojan una lluvia de gargajos, previos a los golpes y a un baño en las malolientes letrinas.

Sí, cualquier tiempo pasado fue peor para los adolescentes. Antes la violencia era «normal». Los padres arreaban bofetadas, los maestros reglazos en las yemas de los dedos, los curas metían la angustia en el alma. Se humillaba al débil, se escarnecía al tullido, todos se burlaban del gafotas y de la niña fea o mal vestida. En las pandillas el gallito imponía su ley. Pero la vida era así: había que hacerse hombre, curtirse en la adversidad, sobrevivir. Los niños eran explotados en el trabajo, como hoy en la India y en muchos países. Niños pobres, incluseros o vagabundos, apaleados, perros callejeros que se enzarzaban por un pedazo de pan. Como antes no había sociólogos, ni pedagogos de la LOGSE, ni sindicalistas liberados, era la literatura la que daba testimonio de la niñez maltratada, desde Lázaro de Tormes, pasando por Dickens o Baroja, hasta Marsé, Juan Goytisolo, Aldecoa y Umbral, que han escrito mucho sobre los niños de posguerra, desnutridos y desamparados. Pero ninguno se suicidaba.

Al filo de los años sesenta la infancia dejó de ser famélica en España, con el colacao de aquel negrito del África tropical, y el pan y vino de Marcelino, y las películas de Marisol. Ahora, desde hace diez años los adolescentes de novela juvenil se llaman Jessica y Borja Mari, y son todos gilipollas, americanizados, gordos de ketchup y hamburguesa whoper, pero con móvil y vespino, con colesterol o escuálidas que ayunan para imitar a las modelos de la pasarela. Todos ignoran, por suerte, los sabañones, la tiña, el baño en una poza con el calzoncillo remendado, las discusiones del Mochuelo y el Tiñoso por si es mirlo o rendajo, como los niños rurales de Miguel Delibes. Los adolescentes de hoy no se peleen por un trozo de pan, pero se zurran por un móvil, y entre ellos se maltratan. Crece la marea alarmista: un padre secuestra y golpea a un director de instituto en Granada, hay acoso, bullying, lo llaman ahora. Y hay matones en pandilla. Se juega a ser un héroe, porque se es cobarde, decía Juan Paul Sartre. Y se juega a ser asesino porque se envidia a los asesinos de la tele. La semana pasada unos críos de 10 años han estado a punto de ahorcar a uno de 5 en Inglaterra. En Cádiz unas niñas (niñas, no mozalbetes chulos) mataron a una compañera. Otros se suicidan. Y eso, ¿cómo se explica? Es la desestructuración familiar, se dice, pero los adolescentes suicidas no suelen ser de familias especialmente problemáticas. Se acusa a la televisión y al cine por difundir miles de imágenes violentas y un lenguaje agresivo. Cierto, pues nadie nace matón ni cruel: se imita lo que se ve y se oye. La niñez es más breve y la adolescencia es más larga, a los 10 años las niñas ya tienen la regla. Zarandeada la identidad insegura de los adolescentes por la oferta consumista, el deseo se hace insaciable y al no ser satisfecho, crea frustración, pérdida de autoestima, anula las defensas. Y hay víctimas y verdugos. En cualquier caso, que nadie diga que los 15 o 20 años son la más hermosa edad de la vida. Nunca lo fue.


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