El complejo de mi generación es que por prohibir nos llamen fachas0

884 08/05/2006, 09:29       #Salut laboral, #Autoritat pública,

Descarta los circunloquios, ignora los eufemismos y atribuye a su quinta la responsabilidad por los déficits que arrastra hoy la juventud española. Contundente, serio, llano, una charla con Calatayud contagia al interlocutor parte de su clarividencia. El juez más mediático de Andalucía no filosofa, sugiere soluciones. La semana pasada habló de algunas de ellas en el Centro de Estudios Andaluces.

Emilio Calatayud (Ciudad Real, 1955) es un hombre solicitado. La gente se le acerca con historias sobre sus propias batallas paternofiliales. Todos rebuscan conclusiones en el sonido de una voz acostumbrada a lidiar –y negociar– con chavales conflictivos que a veces acaban aprendiendo a leer, dibujar o interesarse por cualquier otra expresión de la innata inquietud humana.

–¿Qué diferencias detecta entre los jóvenes del presente y los de tres o cuatro generaciones anteriores? ¿Qué se ha perdido por el camino?

–Hoy no existe la autoridad del padre. Tampoco la del profesor. A los menores les hemos dado muchos derechos pero sin transmitirles un par de ideas bien recogidas en el Código Civil: los hijos no emancipados están bajo potestad del padre y de la madre. Deben obedecerlos y respetarlos siempre. No ha existido término medio, hemos pasado del padre autoritario al colega del hijo.

–La vieja premisa de la frontera que nunca se debe cruzar.

–Sí. Nos ha dado miedo poner límites por el complejo de que si prohibimos nos pueden llamar fachas. El legislador no debe perder el sentido común: si me pillan robando manzanilla me caen dos años de prisión, pero si fomento que mi hija no vaya a la escuela no sabemos de qué ilícito se trata. ¿Es una infracción administrativa, civil, penal? Se me ocurren muchos ejemplos. Yo no puedo fumar en los juzgados pero mi hija sí puede hacer botellón en Granada.

–Habla de que el padre recupere la autoridad perdida, pero, ¿no depende sólo de él conseguirlo?

–Depende del padre y de que la sociedad respete su papel. Más cambios: la sopa preconstitucional y posconstitucional. El primero era mi caso. Mi padre me ponía la sopa encima de la mesa a las dos de la tarde. Si no comía, aparte de ganarme un pescozón, la sopa estaba de nuevo en la cocina cuando tocaba merendar. Las posibilidades de que antes de las diez de la noche la sopa hubiera desaparecido eran muy altas. Ahora se supone que el padre dialoga con su chico. Si no quiere sopa, pues se le razonan las bondades del alimento en cuestión, pero cuando se alarga la situación se tira la sopa a la basura y se le pone delante un filete con patatas.

–Quizás los progenitores prefieren zanjar así una escena a la que no saben enfrentarse de otra forma.

–Hay soluciones. Los niños de siete u ocho años ya te dicen "no mires en mis bolsillos, no utilices mi ordenador, no entres en mi cuarto [Calatayud enfatiza cada adjetivo posesivo]". He procurado ser claro cuando me ha tocado resolver un conflicto similar. "Miro en los bolsillos del pantalón que te he comprado con mi dinero; entro en una de las habitaciones de mi casa, de cuyo disfrute te beneficias; consulto mi ordenador, del que te permito hacer uso. Y si tienes algún problema, denúnciame, que para eso soy juez".

–¿La sucesión de reformas en el sistema educativo ha contribuido a degradar el panorama?

–Sería bueno recuperar algunas cosas. Muchos chavales abandonan la escuela antes de tiempo. ¿Por qué no se rescata la figura del aprendizaje, del graduado social? Hay bastantes formas de obtener la formación adecuada. Se podría obtener la misma titulación por distintas vías. Es sintomático que el 82 por ciento de los chicos que acaban siendo delincuentes haya tenido fracaso escolar. La mayor justicia posible es dar desigualdad a los desiguales, alcanzar la misma meta desde diversos caminos.

–¿Estamos a tiempo de corregir los errores acumulados o nos espera una sociedad selvática?

–Aún podemos enderezar el rumbo. Esto también es la ley del péndulo. Nuestros hijos están más preparados para tener el equilibrio que nos ha faltado a nosotros. Ya hay parejas muy jóvenes que son más duras con sus hijillos de lo que fue mi generación. Están superando esos viejos complejos de los que hablaba.

–Resuma la salida que sugeriría al poder político para mejorar.

–Educación, sanidad, sevicios sociales y justicia han de trabajar coordinadamente. Hay que exigir a los padres que enderecen en lo posible a sus hijos. Y vale la persuasión: quitando subsidios, eliminando la patria potestad... Si no, el niño que con seis años apuntaba a choricillo me llegará a mí, como juez, transformado en chorizo y encima analfabeto. Fíjese: el 30 por ciento de los chavales internos no sabe leer. Tengo que condenar a muchos de ellos a que se saquen el carné de conducir para que así se interesen mínimamente por la lectura.

–Hace un par de años usted defendía la Ley del Menor cuando la corriente mayoritaria era la contraria. ¿Sigue en sus trece?

–Sí, pero creo que las modificaciones introducidas desde entonces van contra el espíritu de la ley porque la endurecen demasiado.

–Se rumorea que podría aparecer la primera sentencia que sancione gravemente al padre que pega a un profesor dando a éste carta de autoridad pública.

–Así es. Se trata de buscar mecanismos que respalden al profesor.


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