La educación a examen0
673 27/06/2006, 08:23 Europa-Sur.-Manuel-Bustos-Rodríguez #LOGSE,
Pocos asuntos como la crítica al actual sistema educativo han concitado tal unanimidad entre maestros y profesores. Para qué abrumar al lector con datos que ya conoce de sobra: alta tasa de fracaso escolar, deficiente formación de nuestros alumnos, indisciplina, profesores desmotivados o depresivos, etc. Y lo peor: el problema, lejos de estar en vías de solución, se ahonda.
Sin embargo, no hay sector de la población que no se vea afectado. Los educadores constatan el bajo nivel de conocimientos, destrezas intelectuales e interés de sus estudiantes. A veces, los padres se hacen equívocamente cómplices de los despropósitos de sus hijos, en lugar de apoyar al docente que les corrige. Hay, como en todos los problemas, unas causas profundas, en nuestro caso de complicada solución, y otros más coyunturales y, por tanto, susceptibles de enderezarse.Hay, de entrada, un asunto que desborda las posibilidades de los ciudadanos de a pie. Me refiero al marco general que permite un sistema de este tenor. Nos encontramos inmersos en una sociedad con graves carencias en valores, sin claridad en los objetivos que la enseñanza debe lograr, ni tampoco en el modelo de hombre; deslumbrada con frecuencia por los casos de ascenso fácil y desdeñadora de todo aquello que significa esfuerzo, sacrificio, disciplina… Cuando se unen nuevos elementos a la situación, más vale echarse a temblar. La ya próxima asignatura, 'Educación para la ciudadanía', antes es una inmersión en una antropología sesgada y sectaria, que lo que su título indica. Por supuesto, ha quedado velada en nuestro pensamiento la sana idea de que el niño y el joven deben prepararse para un futuro, en el que han de servir a los demás (el otrora llamado bien común) mediante la mejor preparación posible.
El segundo componente es el político, que debiera arreglar las cosas en vez de estropearlas: la perseverancia en un sistema educativo, la LOGSE, de probada incapacidad para lograr metas aceptables en formación, rendimiento y resultados para nuestros alumnos. La leve pero necesaria reforma del anterior Gobierno mejoraba algo las cosas, pero el rupturismo aplicado por el nuevo a todo lo hecho por su antecesor ha escogido la vía del sostenerla y no enmendarla, en contra de toda sensatez y sentido común. ¿Acaso no son conocidas de sobra a estas alturas las opiniones de la mayoría de los docentes implicados? Pero, en esto, como tantas otras veces, han primado sin duda los intereses de preponderancia política sobre los de la colectividad.
Los docentes vienen denunciado dos actitudes: la pretensión de igualar a los alumnos por el nivel bajo, en detrimento del estímulo para que den lo mejor, y la promoción casi automática de los estudiantes, aunque su paso por las aulas durante el curso en cuestión haya dejado mucho que desear. Basada en un concepto erróneo de la igualdad, la enseñanza pública es la que, para desgracia de buena parte de la población, más acusa los resultados de tal actitud. Luego vendrá la crisis de quienes, sin una formación adecuada, se han de enfrentar con los cursos del bachillerato, el COU (a pesar de la disminución al mínimo de su carácter selectivo) y la Universidad.
El ambiente en que el aprendizaje se realiza es descorazonador. Inmerso en la sensación de que las cosas deseadas son fáciles y rápidas de obtener, el alumno no entiende que se necesiten horas y años de sacrificios para lograr lo que, al menos en apariencia, el mercado pone fácilmente a su alcance con sólo alargar la mano o pedírselo a los padres. Ni tampoco que sean obligados para triunfar en la vida, cuando los ejemplos de ascensos rápidos y sin mucho estudio están de continuo en la pantalla del televisor.
Y si el esfuerzo de nuestros alumnos no es algo que pueda presuponerse en ellos, tampoco lo es la curiosidad, base del conocimiento. La pedagogía, sobre todo a partir de los años sesenta del pasado siglo, se esfuerza en considerar la motivación como fundamento del sistema de aprendizaje. Pero, ¿cómo y con qué motivar a los alumnos? Ni siquiera el socorrido comenzar por lo que tiene más próximo (su pueblo, su ciudad, su región o país) da ya mucho de sí. Saturado de imágenes de alta definición sobre múltiples escenarios, hechos y personajes de casi todo el Universo e, incluso, del mundo de la imaginación, sin necesidad de soñar; testigo, aunque sea sólo visual, de las mil y una peripecias, algunas insólitas, de las que antaño sólo podían ser protagonistas los más atrevidos viajeros y sujetos de excepción, ¿con qué se puede captar y mantener el interés del alumno? La voz del profesor es insuficiente por muchas dotes retóricas que le ponga. Las técnicas audiovisuales añadidas se quedan cortas, al lado de las que cada uno de los estudiantes tiene a su alcance. Viendo, por otro lado, las indumentarias de muchos de nuestros alumnos en clase, más se diría que acuden al gimnasio o a correr por la playa que a sentarse en el pupitre y participar en las tareas educativas.
Paradójicamente, no es posible que el profesor o maestro, en su autoridad y con los medios a su alcance, pueda convencer al alumno de cumplir con su derecho y obligación de aprender, pues ése, de momento, no acierta a comprender el porqué, o le puede más el deseo de divertirse. Sin posibilidades para ejercerla, difuminada en un mar de tímidas medidas paliativas, apenas si puede mantener la disciplina en clase, sino echando mano de las habilidades que su buena estrella le inspira en cada momento. Cualquier tipo de reprimenda, por leve que sea, está anatemizada de antemano. Digan ustedes qué tipo de cesto se puede trenzar con todos estos mimbres.
Manuel Bustos Rodríguez catedrático de historia moderna de la universidad de cádiz
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