Maestros: Del hambre a la depresión0

685 20/03/2007, 09:44       #Violència escolar, #Salut laboral,

Cuando los maestros pasaban hambre, su alimento era el reconocimiento público y las exaltaciones a su labor.

¿Ha servido de algo convertir a los maestros en colegas?

Aquellos maestros de los pueblos de España, surgidos de familias humildes, destinados en pueblos donde el precio de la pensión superaba el sueldo mensual, aquellos hombres y mujeres que en alejados rincones enseñaban a leer y escribir, y preparaban el ingreso al viejo bachillerato, con atención diaria a los dictados, a las lecturas comentadas, a la historia de España y a la geografía universal, a los problemas de tantos por cientos y repartos proporcionales; aquellos maestros que colaboraban en las acciones formativas de los primeros telecubles o cinefórums; aquellos maestros, casi todos impregnados de una religiosa vocación por su tarea, no te­nían problemas de convivencia ni de violencia escolar. Existían, efectivamente, escolares díscolos, desobedientes o rebeldes, pero el maestro poseía instrumentos de defensa. El principal, la existencia de una sociedad que entendía de valores y de ciertas verdades: a los maestros les correspondía la responsabilidad de formar, instruir y educar fuera del ámbito familiar. El maestro poseía el rango de autoridad. Algo tan sencillo y de tanto sentido común no necesita de leyes, ni de debate político, ni de decisiones consensuadas por la comunidad educativa. Tampoco se somete a consenso el código de la circulación y su régimen de multas.

Ha cambiado la sociedad, desde luego. Ha cambiado tanto que el concepto de disciplina se ha asociado a autoritarismo, franquismo y represión. A falta de otras ecuaciones, ésa sí que la hemos asimilado. Se ha impuesto la comprensibilidad a la justicia, siendo esto lo más contrario a la tarea formadora. Todo orden se discute, se cuestiona. Si sale un Papa intelectual y se le ocurre denunciar el imperio del relativismo, legiones de enemigos exaltarán el relativismo como solución al problema existencial.

Reflexionemos. ¿Ha servido de algo convertir a los maestros en colegas o adoptar reglamentos en los que el articulado de derechos del alumno multiplica por diez el de los deberes? ¿Se predicaba así en la Institución Libre de Enseñanza o en la escuela Freinet, paradigmas de aquella educación laica y participativa? Seguro que no.

Queremos convivencia. Estamos hartos, enfermos de tanta indisciplina y violencia en las aulas. Y exigimos medidas. Hemos pasado de criminalizar el cachete, reivindicado ahora por Savater, a recurrir a los fiscales. Eso es coherencia? Nosotros, los maestros políticamente correctos, no seremos capaces de reconocer culpa alguna. Y la tenemos, claro que la tenemos. Hemos consentido cuando no impulsado toda una serie de filosofías contrarias justamente a la esencia formadora: transmisión de saberes y valores con espíritu de crítica y de reflexión serena. Y ahora echamos mano de fiscales, policías, controladores? Nos olvidamos de la disciplina hasta el extremo de renegar de la propia palabra, cuando la disciplina es un valor por sí misma. La disciplina de verdad está lejos del autoritarismo, del sectarismo, de la injusticia y de la veleidad, que en todo ello se cae cuando se antepone el derecho al deber o cuando la comprensibilidad se convierte en debilidad. Cuando nuestro esquema mental identifica el cumplimiento del deber con el autoritarismo, y la reivindicación de derechos con el progresismo no hay manera de salir del problema. Los maestros han dejado de pasar hambre, al menos de momento, pero enferman más que nunca. ¿Qué clase de virus infecta la escuela?


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