Educación para la Zapatería0
571 19/02/2008, 08:36 Juan Pedro Rodríguez
He recibido las escalofriantes palabras del presidente del Gobierno recogidas por los medios el 14 de Febrero (“Lo que nos conviene es que haya tensión... a partir de este fin de semana yo voy a dramatizar “) como quien descubre la clave de un misterio o como quien recibe el regalo de la última pieza de un puzzle o como quien encuentra la llave del baúl de los recuerdos: como un triple mazazo de alegría, de tristeza y de vergüenza ajena.
Tras tantos años de ir calibrando tantas y tantas cosas inexplicables en el día a día de mi vida y de mi profesión, todas ellas tan incomprensibles y todas ellas con su correspondiente sufrimiento interior (ese que nos produce la terrible sospecha de que “debe ocurrir entonces y forzosamente que el equivocado sea yo y solamente yo”), me llega el descuido de un micrófono de periodista y se me descubre en forma de secreta confesión el secreto por fin confesado más dramático que se ha cruzado ante mi mente indagadora y comprometida desde que empecé a barruntar que aquí en mi país pasaba algo raro, y muy especialmente en el terreno por mí más conocido, el de la enseñanza secundaria.
Ahora sé (pero como lo sabe únicamente quien ha estado a pie de aula el último cuarto de siglo) por qué, por ejemplo, no puede estar mi mesa de profesor un poquitín más alta que los pupitres para así ver al menos las caras de los alumnos o para que no se me escondan tras el monitor; por qué han de estar ocupados todos los pupitres de todas las aulas y en todas las clases con un trasto que, en mi asignatura por ejemplo, sólo me sirve durante cinco minutos escasos; por qué sobre los pupitres apenas queda sitio donde apoyar el papel para escribir por no existir un ganchito apropiado para colgar mochilas y un receptáculo pensado para libros; por qué se permite la mera entrada a las aulas de quien viene siempre sin material; por qué, en fin, se ha dotado a cierto niño de medio ordenador para él solito, sin programa que controle a lo que accede, para que ponga en jaque diario al profesor responsable que, pese a dedicarle media hora en exclusiva, no conseguirá evitar que ese niño vea dos escenas porno, envidie cinco modelos de motos, escriba diez mensajes a sus amigos de discoteca y acapare la completa atención de los doce que tiene detrás.
Ahora sé (pero como lo sabe únicamente quien ha trotado pasillos y patios desde varios años antes de que se inventara la ESO) por qué, por ejemplo, este ambiente tan ruidoso, tan enervante, tan intranquilo, tan ajeno al estudio y a la enseñanza aumenta y aumenta día a día sin parar; por qué no previó el inventor de IES que el encuentro o roce entre dos zagales de 12 y 17 años en mitad de pasillo o en esquina de patio provoca en un solo día más problemas psicológicos que los que pueda digerir un orientador en tres trimestres; por qué el pasillo ha dejado de ser mero lugar de tránsito y se ha convertido en un almacén interclases de alumnos para preservar ordenadores y en un detonador de peleas para el recreo; por qué la biblioteca de este IES no ha sido usada nunca más que como aula de desdoble; por qué, en fin, a tanta modernización y abundancia de material le corresponde tal índice de fracaso escolar.
Ahora sé (pero como lo sabe únicamente quien ha visto a inocentes niños acabar convertidos, en sólo cuatro años, en auténticos sinvergüenzas) por qué, por ejemplo, mi compañera de Lengua entra ya en mi clase sin tocar a la puerta ni pedir permiso, como le hacen a ella sus alumnos; por qué es imposible conseguir que ese alumno pida la palabra, o no chille, o deje de deambular por el aula; por qué no ceja ese alumno de tirar cosas al suelo, de insultar al compañero, de pegar codazos, de acosar al del grano, de escupir, o de decir tacos; por qué se escuda la mitad de los alumnos en que con otros profesores hacen juegos y mayores travesuras que las que yo les reprendo y no les dicen nada; por qué, en fin, los partes de amonestación han de amontonarse con otros varios hasta conseguir que el incordiante diario deje que, aunque sea por un par de días tan sólo, puedan aprender algo los restantes.
Ahora sé (pero como lo sabe únicamente quien ha perdido todas las batallas en claustros y sesiones de evaluación contra las órdenes y circulares que pregonaban los representantes en el Consejo Escolar) por qué, por ejemplo, no se destierra ya de una vez por todas la creencia en que la calidad de la enseñanza guarda relación con la ratio; por qué se ha convertido en obligatoria la enseñanza pero no el estudiar, o el trabajar, o el aprobar, o el ser puntual, o el no alborotar, o el esforzarse, o el interesarse; por qué todo un sistema educativo consiente que equivalga un curso de esfuerzo a dos de vagancia, o que se pase al curso siguiente sin saber nada del anterior; por qué el conserje es el único trabajador del IES capaz de distinguir uno por uno a los 500 alumnos que ve entrar cada mañana sin apreciar mayor igualdad entre ellos que la de que todos son tan persona como él; por qué, en fin, está produciendo resultados de fracaso escolar tan negativos e incontestables la época más prolífica de normativas legales educativas
Ahora sé (pero como lo sabe únicamente quien tiene hijos en edad escolar) por qué, por ejemplo, son tan escasos los dirigentes de la enseñanza pública que no mandan a sus hijos a la privada; por qué a quien se le perdonan los deberes que tiene como niño se le premia, encima, con derechos de adulto; por qué se ha convertido al objetor, desde que da su primera patada a la puerta del aula hasta que se despide del IES sin el título, en el más mimado de todo el proceso de la enseñanza; por qué se ha dejado entrar la ley de la calle precisamente en el único lugar creado por el hombre para defenderse de ella; por qué, en fin, ese empeño en que siga calentando pupitre año tras año ese pobre angelito que nunca alcanza el 1 en el más fácil de los exámenes.
Ahora sé (pero como lo sabe únicamente quien ha sido suspendido provisionalmente de funciones) por qué, por ejemplo, los dirigentes de la enseñanza, pedagogos incluidos, nunca entran en las aulas o en las salas de profesores; por qué los directivos tienen cada vez menos horas de clase lectiva; por qué han sido insertadas en los IES las sucursales de los despachos de psicólogos; por qué pululan tantos sindicatos en una profesión que nunca antes necesitó una huelga tan inminente como ahora; por qué, en fin, reprochan ciertos padres al profesor que este trate a sus hijos como ellos no son capaces
Ahora sé (pero como lo sabe únicamente quien ha necesitado una apertura de expediente por no comulgar con tan enorme rueda de molino) por qué, por ejemplo, ese empecinamiento en que el profesor transmita su enseñanza como por arte de magia y sea recibida como si fuera un juego; por qué se dejan silenciadas tantas y tantas cosas como ocurren en pasillos y en aulas simple y llanamente por miedo a denunciarlas; por qué el mando de la clase le ha sido robado al único experimentado capaz de llevarla a buen puerto; por qué se insiste tanto en que el motivado de cada clase ha de ser el profesor, pero no que el alumno ha de ser el esforzado; por qué, en fin, la totalidad del funcionariado que no es profesorado tiene la completa seguridad de que nunca en el desempeño de su función va a tener que oír impunemente que le van a partir la boca o que le van a rajar el coño.
Ahora sé (pero como lo sabe únicamente quien ha sufrido claustros encerrona o recreos arenga convocados o no convocados por directiva o Inspección) por qué razón democrática, por ejemplo, había que juntar en partes no proporcionales a directivos, profesores, conserjes, alumnos, padres y Ayuntamiento para corear la presidencia del Consejo Escolar; por qué un claustro no sirve absolutamente para nada en un IES; por qué necesitará un profesor tanta reunión y tanto papeleo para sustituir a un padre; por qué no se rebela el profesor contra tanta burocracia estéril ya que sabe de su absoluta ineficacia por experiencia; por qué, en fin, pululan los inventos “educativos” (tipo mochila de la paz, escuela espacio de paz, aula de convivencia, observatorio de la convivencia, mediador de conflictos,...) como si se estuviera creando un nuevo Cuerpo nacional de sustitutos de profesores ineficaces.
Ahora sé (pero como lo sabe únicamente quien lleva cinco meses sin permitírsele poner una nota) por qué, por ejemplo, se baja y se baja año a año el nivel de los exámenes y se suben y se suben las notas décima a décima trimestre a trimestre y evaluación tras evaluación; por qué se sigue defendiendo que puede llegar a aprender algo quien no fuerza su memoria ni para recordar siquiera sea la página por la que se iba ayer; por qué resulta hoy día tan dificultoso lograr la comprensión de conocimientos cada vez más nimios; por qué han de ir forzosamente unidas la amenidad y la holganza con el estudio y el aprendizaje; por qué, en fin, hay ya tantos alumnos que ni copian las preguntas de los exámenes a sabiendas de que aún así pasarán de curso.
Ahora sé (pero como lo sabe únicamente quien se topa por la calle a exalumnos cavando zanjas) por qué, por ejemplo, hay que encerrar cuatro años a un niño en una aula para alejarlo del taller de su misma calle; por qué han de seguir el mismo currículo el niño que se detiene extasiado ante la fuerza de la diminuta hormiga y el que la aplasta porque no sabe ni dónde pisa; por qué todos los departamentos de los IES son ya una mera prolongación del de Actividades culturales; por qué el profesor de Literatura y el de Sociales no se juntan ni para tomar café; por qué, en fin, se han eliminado de la enseñanza asignaturas básicas para la cultura (tipo Latín) y se han añadido (tipo Educación para la ciudadanía) otras de marcado carácter ideológico
Ahora lo sé todo.
Por fin sé (pero como lo sabe únicamente quien descubre una verdad como un templo y por ello puede contarlo con alegría, y con tristeza, y con vergüenza ajena) que la tensión diaria que se vive en las aulas y el drama humano en que se puden alumnos y profesores no podía ser debido a una inaprensible o ignota maravilla educativa finisecular, ni a un avance progresista incomprensible para retrógrados, ni a un futurible beneficio educativo igualador, ni a una prioridad democrática ineludible, ni siquiera a una mera equivocación de pedagogos de despacho. No, no era debido a nada de eso. ¡No podía serlo!
Jaén, 17 de Febrero de 2008
Juan Pedro Rodríguez
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