Educación secundaria0
542 23/09/2008, 09:14 ABC. JOSÉ CALVO POYATO #LOGSE,
EL informe PISA, ¿lo recuerdan? -el que mide el nivel educativo de los alumnos de la OCDE- nos sitúa en un pésimo lugar. En años anteriores los resultados ya eran malos en ciencias, especialmente en matemáticas y en el último sufríamos una caída casi vertical en la evaluación de comprensión lectora de nuestros alumnos de 15 años: ocupábamos el puesto 35 entre 57 países. Estábamos por delante de Kirguizistán, Qatar, Túnez y Azerbaiyán.
Cuando a algunos se les llena la boca, al afirmar que somos la octava potencia económica del mundo y cuando casi todos nos sentimos orgullosos de los triunfos de nuestros deportistas, habría que recordarles la situación de nuestros estudiantes de enseñanza secundaria en el concierto internacional. El informe PISA ocupa las páginas de los periódicos, está en los informativos de radio y televisión y provoca, durante unos días, sólo durante unos días, una catarata de explicaciones, declaraciones y críticas. Después, las aguas se remansan cae una espesa capa de silencio, pero el problema sigue ahí. No desaparece porque tiene raíces profundas y su solución no llega con un turbión de declaraciones y una cascada de críticas. Se trata de un problema de fondo, casi de principios y su solución requiere tenacidad, perseverancia y mucha perspectiva. Ahí radica, la clave de este asunto que en un futuro no lejano puede conducirnos a un lugar poco deseable.
¿Qué le ocurre a nuestra enseñanza secundaria?
Le ocurre eso, que es una cosa secundaria. Y lo secundario es segundo en orden y no principal, algo accesorio. Hace algunos años a alguien se le ocurrió que la Enseñanza Media -en el sentido orteguiano de medular como eje en torno al que se vertebran otros elementos- tenía que convertirse en enseñanza secundaria. Ciertamente los resultados responden al cambio de criterio: el Informe PISA es demoledor para la realidad de nuestra enseñanza secundaria. El nivel de nuestros alumnos no está a la altura de otros parámetros de una sociedad moderna como la española.
¿Cuál es la solución que a alguna cabeza «secundaria» se le ocurrió para hacer frente a la situación? Menos fracaso escolar; más alumnos aprobados. ¿Cómo conseguirlo?
Incentivando el aprobado por vía económica: más dinero para los profesores que aprueben más alumnos.
Comienza un nuevo curso y se hace imprescindible una reflexión sosegada que analice y diagnostique los males de nuestro sistema educativo y alumbre soluciones. En muchos casos, un año más nuestros profesores van a enfrentarse -digo enfrentarse- a un panorama poco atractivo porque, al margen de muchas otras cuestiones, su prestigio social está muy devaluado. El profesorado ha perdido la consideración que tuvo en otro tiempo, a diferencia, por ejemplo, de lo ocurrido entre quienes se mueven entre los fogones, los antiguos cocineros y hoy prestigiosos restauradores. Quizá haya una parte de culpa en los propios profesores, que iniciaron una remontada en su dignidad profesional cuando, hace unos meses y por abrumadora mayoría, rechazaron el dinero que les ofreció la Consejería de Educación como incentivo para lo que, eufemísticamente, se denominaba mejorar los resultados académicos.
No vale echar la mirada atrás para colocar el fracaso de nuestro sistema educativo en el debe de herencias recibidas. Afrontar el futuro es una necesidad de nuestro sistema educativo al margen de batallas políticas que nos han conducido por el lamentable camino de un sinnúmero de «Logses». Las batallas políticas en las sociedades modernas se dilucidan en otros ámbitos. El sistema educativo, como el sistema sanitario, el de pensiones o las prestaciones del Estado de bienestar, se perfilan en sus detalles y no se convierten en caballo de batalla. Por ahí hay que empezar.
Decía Andreas Schleicher, responsable de educación de la OCDE y director del informe PISA, que hay dos factores que caracterizan a los mejores sistemas educativos del mundo: ambicionar lo más alto para sus alumnos y el acceso a las mejores prácticas profesionales en los centros. Humildemente yo añadiría: nuestra enseñanza ha de ser algo medular, no algo secundaria; segunda en el orden y no principal, algo accesorio, tal y como reza en el diccionario de la Real Academia de la Lengua.
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