Temblor en el aula0
564 23/03/2009, 08:21 La Vanguardia. Marc Bassets
Las aulas de la JV Martin Junior High School tiemblan varias veces al día. Cada vez que un tren de mercancías cruza Dillon, un pueblo de 6.300 habitantes en el nordeste de Carolina del Sur, el profesor James Moultrie detiene la clase.
No tiene otro remedio. El ruido le impide hablar. Si el convoy es largo, la pausa puede durar hasta cinco minutos. Los alumnos - chavales de 13 y 14 años, la mayoría negros, como el profesor-ya han perdido la concentración. Entonces el profesor hace un chascarrillo y se las ingenia para recobrar la atención.
A Moultrie le sobra la destreza para manejar a la veintena de chicos y chicas a los que enseña historia.
Nacido en Dillon hace 65 años, empezó en la profesión en 1965, cuando en los viejos estados de la Confederación había escuelas para blancos y escuelas para negros. En Carolina del Sur, el primer estado en declarar la secesión, las escuelas no se integraron hasta cinco años después, en 1970.
El aula del profesor Moultrie tiene una peculiaridad. Es un aula móvil, un tráiler: un barracón provisional.
Hay trece como este en la JV Martin Junior High School de Dillon, en la que medio millar de alumnos de entre 12 y 14 años se preparan para ingresar en la high school,el instituto de secundaria. Cuando pasa el tren, los barracones vibran y a veces se apaga la luz, y eso sucede entre seis y ocho veces al día.
Son las 15.15 y las clases han acabado. "¡Déjeme respirar un momento!", suplica Moultrie.
Ha sido un día agotador.
El aula está vacía. En la pared cuelgan imágenes de los presidentes de Estados Unidos. En una mesa reposa un montón de manuales.
"Algún día me gustaría estar en un aula en la que todas las sillas fueran del mismo tamaño y color", dice el profesor.
Los barracones son sólo uno de los problemas que han hecho de esta escuela un emblema de los males del sistema educativo en Estados Unidos.
El presidente Barack Obama conoció el caso gracias a un documental titulado Corredor de la vergüenza,y visitó la escuela varias veces durante la campaña electoral.
Desde que hace dos meses llegó a la Casa Blanca, la ha mencionado como ejemplo de lo que no funciona en este país, donde la educación, motor de la innovación tecnológica y el crecimiento económico, también está en el origen de las desigualdades crecientes.
Uno de los edificios de la inmensa JV Martin Junior High School fue erigido en 1896. Otro, de principios de siglo, alberga un teatro que conoció épocas doradas. Los bomberos consideraron que era un peligro para los alumnos. Ahora está cerrado con llave y sirve de almacén. Los profesores, además, se quejan de que carecen del material pedagógico adecuado.
No hay dinero. Ni para el material, ni para reparar los edificios viejos, ni para dar clases en condiciones sin trenes que interrumpan ni aulas provisionales. Y, hasta ahora, los poderes públicos se han mostrado reacios a resolverlo.
En Estados Unidos, la educación se financia, en gran parte, con dinero local. Los municipios ricos, donde se recaudan más impuestos, pueden permitirse mejores escuelas públicas. Los más pobres, como Dillon u otros de la Carolina del Sur rural, lo tienen difícil.
Ray Rogers es el superintendente del distrito de Dillon. Él es el máximo responsable educativo de la región. Trabaja en un edificio anejo a la JV Martin Junior High School. Es blanco, como casi todo el equipo directivo de la escuela.
Rogers explica que, con otras escuelas de Carolina del Sur, llevan más de quince años peleando para obtener la financiación que les permita levantar vuelo. No es sólo una cuestión de infraestructura. Tampoco hay dinero para los salarios: un profesor novato cobra 29.000 dólares anuales, unos 21.500 euros, una suma inferior a la que ofrecen municipios vecinos. Las condiciones espantan a los nuevos profesores.
"Además - añade Rogers, que llegó a la escuela hace 18 años y conoce bien el territorio-,enseñar a los pobres requiere una preparación especial".
Sí, pobres. Nueve de cada diez alumnos de la JV Martin Junior High School reciben almuerzo gratis o a precio rebajado, lo que significa que sus familias han tenido que demostrar que viven por debajo del umbral de la pobreza.
"Hay chavales que regresan a casa por la noche y no saben si la electricidad funcionará, ni si mamá y papá estarán allí", dice Amanda Burnette, la directora de la escuela. Algunos alumnos tienen dificultades para leer.
"Hay niños que nunca han visto la playa", dice el superintendente Rogers. Y eso que Myrtle Beach, una de las playas más turísticas de la costa atlántica, está a un centenar de kilómetros de Dillon.
La carretera de Myrtle Beach a Dillon está flanqueada de bosques pantanosos, iglesias protestantes y tráilers que sirven de viviendas.
Regiones como esta conocieron tiempos mejores. Hasta los años setenta vivían del tabaco y el algodón. El tabaco entró en declive y el textil emigró a países con costes laborales más bajos. En los últimos años también cerraron las escasas fábricas.
El centro de Dillon es un paisaje común en la América rural: una calle mayor partida por la vía del tren, con algunas tiendas de objetos de segunda mano y escaparates abandonados. Para los jóvenes que dejan la escuela la alternativa es trabajar en un McDonald´s.
"Si no reciben una educación, tendrás que ocuparte de ellos de otra manera. Pagándoles subsidios de desempleo, o en las prisiones", avisa Ray Rogers.
En Estados Unidos, el paro entre los afroamericanos es mayor que en ningún otro grupo étnico. Mientras los negros representan el 14% de la población, el porcentaje entre la población penitenciaria se eleva al 40%.
Los descendientes de los esclavos viven atrapados en la pobreza: sin educación no pueden prosperar, pero no hay dinero para educarse en condiciones. El gobernador de Carolina del Sur, el republicano Mark Sanford, se resiste a invertir en estos distritos pobres y poco poblados. El plan de estímulo adoptado por el Congreso puede ser la salvación de la JV Martin Junior High School.
El resentimiento es latente y a veces aflora. Como hace unos días en la clase del profesor Moultrie. La lección versaba sobre la legalización de la segregación, tras la guerra civil y la abolición del esclavismo.
La explicación desencadenó un altercado entre unas muchachas negras y los dos únicos blancos de la clase. "El grupo se siente ofendido. Y quieren responder. Son un poco más rebeldes", dice Moultrie. Lo llamativo es que esto no le había sucedido nunca. Antes los alumnos escuchaban la lección. Nada más. Aquellas historias pertenecían al pasado, a los libros de historia. Ya no.
Ty´sheoma Bethea, una alumna de 14 años, tampoco se conforma. Por eso en febrero decidió escribir al Congreso pidiendo ayuda para la escuela. "No tiramos la toalla", les dijo a los congresistas. Barack Obama - el primer presidente negro: un ídolo para los alumnos-leyó la carta y la invitó al discurso a la nación. La mencionó, a ella y a la escuela.
Ahora Ty´sheoma recibe cartas de admiradores de todo el país. Esta muchacha tímida y educada - "Yes, sir. No, sir" (sí, señor; no, señor), responde a las preguntas del visitante-es una estrella local, casi tanto como el hijo más célebre de Dillon, Ben Bernanke, presidente de la Reserva Federal.
- ¿Qué quieres ser de mayor?
- La primera mujer presidenta.
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