Teoría de la hora laboral no lectiva0
938 09/06/2009, 08:42 Juan Pedro Rodríguez #LOGSE,
Veo inminente el puyazo mortal que contra la dignidad del profesorado se intenta perpetrar como colofón a la serie de estocadas, rejones, banderillas y quiebros con que ha ido siendo toreado el profesor de a pie desde que se decidiera en este país que la educación (o la enseñanza, da igual ya) iba a ser cosa que se daba, no que se recibía, o, lo que casi viene a ser lo mismo, un derecho pero no un deber.
Engatusar al toro para que saliera a su reconvertida plaza ganada mediante concurso oposición produjo, hace ya la friolera de una generación logse y pico, un sinfín de quiebros y requiebros legislativo-pedagógicos que, contra todo raciocinio, lograron meter en todas las cabezas, por el mero mareo terminológico, el impepinable avance que supondría para todo el alumnado nacional que el responsable de cada aula afrontara cada hora laboral como una especie de trío de contenidos, procedimientos y actitudes, logro de tardía constatación pero de eficientes y contrastables resultados medibles en parámetros de éxito escolar al final de cada etapa. Se consiguió con ello una primera y sutil distribución entre catedráticos y no catedráticos, marcada por la perspicaz comprensión de la maravillosa cuadratura del redondel.
La obligada acomodación dentro del aula de un novedoso tipo de alumnado (cuyo único rasgo común era su incapacidad para aguantar un pupitre, y que mostró contra nadie sabé qué pronóstico, y ya desde el primer día, unas actitudes cara a los contenidos inviables por ninguno de los procedimientos), fue la primera de la serie de banderillas que iniciaba la sangría en una profesión que, a golpe de decretos y resoluciones, y en el leve plazo de una nómina, hubo de revolverse como un calcetín y reconvertir su perfecta máquina de impartir conocimientos (y achantar travesuras de todo tipo) en un inútil y monótono artilugio inservible para solucionar robos de estuches, corregir posturas, recordar modales, vigilar ademanes, acallar voces, templar acosos, aplacar iras, repeler agravios, aguantar insolencias, desoír cinismos, soportar descaros, sufrir desvergüenzas,... La suerte completa de banderillas le hizo bajar la testuz ante vilezas tales como firmar actas de promoción automática, subir notas artificialmente, desatender contenidos básicos,... lo que traía consigo desentenderse de los alumnos aplicados, olvidarse de los que mostraban interés por el estudio,... y todo acababa provocando el más absoluto desánimo y desidia en los esforzados y... la incomprensible sonrisa del premio a los incordiantes... La irremediable segunda división se produjo por inercia y desde entonces el trabajador de la enseñanza conoce a qué grupo pertenece según se le dirija el alumnado con profe o con maestru.
Los dolorosos rejones de ser grabado en un móvil frente a la pizarra, o ser escupido descuidadamente en la escalera, o ser amenazado, insultado o mil veces desobedecido, han ido cribando la profesión de débiles y de ausentes de vocación convocando a los restantes a una tercera partición entre carguitos variopintos y tutores sustitutos de psicólogos antidisruptivos.
Las estocadas, en fin, que casualmente siempre tuvieron lugar al otro lado del tabique de las aulas, a resguardo del burladero, obligaron a la cuarta separación entre los que habían desertado para siempre de la tiza y los que ansiaban una pronta jubilación a ser posible sin bajas predecesoras.
El puyazo, ay, ya no podrá provocar ninguna enésima división: el profesorado como tal habrá muerto con él. Y, la dehesa, en bloque.
Pocos trabajos debe de haber en el mundo conocido que hayan asistido a un cambio en sus condiciones laborales de modo tan radical, en tan breve espacio de tiempo,... y con resultados tan catastróficos tanto para el trabajador como para el producto final. Tal vez en todas partes se cueza la misma haba, pero, para quien no lo sepa, da la casualidad de que aquí lo de menos es el mero trabajo, ese que se ficha en maquinitas, para entendernos: por si alguien no lo sabe, el trabajo de profesor, hasta que le llegó su primer cambio de tercio, era el único trabajo del mundo, aquí y en todo tiempo y lugar, que sola y únicamente era superado en dignidad, gratificación, hermosura, encanto, perfección, plenitud, y hasta placer, por el correspondiente al de la procreación. Y ello hasta tal punto, por si queda alguien sin saberlo, que la práctica totalidad del profesorado lo desempeñaba gratis tras cumplir diariamente su usual y común horario lectivo de unas cuantas horas lectivas mañaneras partidas por un recreo. Y ello era posible, por si hay todavía quien no lo sepa, por tratarse precisamente su desempeño de una actividad estrictamente vocacional, físicamente relajante, intelectualmente gratificante y de resultado perfecto y positivo en cada uno de sus lances: cualquier profesor que se precie convendría con Lázaro Carreter y conmigo en que nos ha gustado tanto nuestra profesión que sólo hemos consultado el reloj para entrar o salir en punto de las clases y que hemos llegado al descanso de cada noche con la ilusión de volver a dar clase al día siguiente Precioso trabajo ese, en verdad. Y socialmente reconocido, hasta hace poco. ¡Y hasta sanamente envidiado, eternamente!
Pero los tiempos han, como digo, sufrido un... cambiazo, y el común del profesorado ha visto cómo en su plaza entraba un rejoneador a caballo de elefantón chatarrero, el cual ha conseguido, con cuatro quiebros, tres banderillas, dos rejones y una estocada, convertir la unidad laboral horaria lectiva de los IES en un triple suplicio impagable ni económicamente ni con la más chulesca orden de incentivos. Sí, en un suplicio,... pero ¡ojo! no única ni precisamente para el profesor. No: es un verdadero suplicio para el alumno, para el espectador de la corrida,... pero ¡ojo otra vez! no única ni precisamente para ese pobre alumno que tomó la clase, desde que entró en ella, como una cárcel de seis horas diarias, sino para su compañero de pupitre, para ese otro que tiene que tomar la misma franja horaria como una inmensa pérdida de tiempo en un tramo vital en que su tiempo es la preparación de su futuro, tiempo cuyo derecho “a” le es robado por quienes no cumplen su deber “de”.
Desembocados a este último alumno, que ve estupefacto cómo el recreo perpetuo en que pasa su adolescencia va mermando sus posibilidades de preparación en proporción inversa respecto a lo que va aprendiendo de desidias, de dejadeces, de impunidades,... apenas merece ya la pena hablar del tercer suplicio, el del profesor, el cual comienza, por muy extraño que parezca a quien no pisa aulas, precisamente cuando termina cada hora lectiva. Y ello es así, para quien todavía no lo sepa, porque las actividades intelectuales son de tal índole que se empecinan en hallar causas donde sólo hay consecuencias y, si en el fragor de la hora lectiva no tiene el profesor ni tiempo material para plantearse lo que está ocurriendo ante sus ojos, todo el tiempo posterior se le convierte en un endiablado monstruo empecinado en comprender lo ocurrido en la hora anterior y empeñado en que no vuelva a ocurrir en la clase de mañana, lo que convierte su completa existencia en un bullir neuronal espantoso ofuscado en solucionar un imposible mental aún peor que la triangulatura del redondel.
Semejante actividad añadida al horario lectivo mañanero convierte, en el común del profesorado decente, los recreos, las tardes, las noches, los fines de semana y hasta las envidiadas vacaciones en una segunda hora, ahora no lectiva, en la que la indagación de métodos realmente eficaces, la frenética búsqueda de materiales efectivos, la asistencia a obligados cursos de perfeccionamiento, la cumplimentación de una burocracia infernal e inservible, la celebración de reuniones interminables e ineficaces para conseguir que 857 personas de un IES no bailen al son que les marcan 7, la destrucción de materiales curriculares que nunca volverá a utilizar, la... copan una mente antaño dedicada a la actividad docente y hogaño saturada de sinsentidos consentidos.
Quien montara corrida tan desigual sigue en su callada pretensión pidiendo ya oreja: trae un puyazo de sobornos para quien más apruebe, de recortes vacacionales, de directores de plantilla, de horarios de ocho a tres, de guardias por especialidad, de becas para suspensos, de nuevos carguitos para nuevos fulanitos,...
Pero el toro aún menea el rabo. Es hora, pues, de que se dé ya el primer aviso por parte de quien corresponda.
Os estoy hablando, padres.
Jaén, 7 de Junio de 2009
Juan Pedro Rodríguez
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