A la Universidad, en chanclas0
1458 09/02/2010, 09:45 El Correo Digital. AZAHARA VILLACORTA
'Decoro' y 'bukakke' son términos antagónicos. El primero, según la RAE, hace referencia al «honor, respeto, reverencia que se debe a una persona por su nacimiento o dignidad». El segundo, a «un género pornográfico y una práctica de sexo en grupo íntimamente ligada con la humillación».
Esos dos extremos se tocan en el debate que se ha suscitado en la Universidad de Oviedo después de que la profesora titular de Economía Financiera Susana A. Otero se encontrase, en plena clase, con un alumno vestido con una camiseta que rezaba 'I love bukakkes' y denunciase, a través de un artículo publicado en EL COMERCIO su malestar por «contemplar la exhibición pública de los vicios privados de un alumno» y «su inclinación a ese peculiar tipo de orgía». Recibió decenas de mensajes de adhesión.
El «obsceno mensaje» en blanco y negro de aquella camiseta tan explícita es sólo una muestra de una tendencia que ya han observado varios docentes y que resume el director de la Escuela de Ingeniería Técnica Industrial de Gijón, Roberto Díaz Carril: «Muchos universitarios están perdiendo las formas». Escotes más propios de la gogotera de una discoteca que de los pasillos de una institución académica con 400 años de historia entre sus muros, pantalones de talle bajo que dejan visible el tanga de su propietaria, ropa deportiva o, como explica Otero en una segunda misiva, «alumnos que van a revisar sus exámenes en bañador, toalla al hombro y chanclas llenitas de arena».
Lo de las chanclas y el bañador lo ha visto también, por aquello de la proximidad de su escuela al mar, Roberto Díaz Carril, uno de los más vehementes en sus críticas: «Cuando empiezan a venir con chancletas y pantalones cortos, me pongo enfermo. O cuando te tratan de tú como si hubieses cenado con ellos la noche anterior. No puede ser. Varios profesores lo hemos hablado muchas veces, pero es un mal endémico. Ya no sabemos qué hacer para que vengan vestidos con dignidad y decencia».
Incluso ha hecho un cálculo: «Alrededor de un 20% de los chavales no van del todo decorosos». Y, así, cuenta, en las aulas se han hecho habituales «pantalones raídos y caídos que dejan ver los calzoncillos o cabezas que, claramente, no se han lavado en varios días».
«Todo empieza cuando, con tres años, se les dice a los niños que la vida no es para sufrir. Ahí se acaba toda esperanza. O, a lo mejor, es una forma externa de proyectar un sentimiento interior», ironiza el director de la Escuela de Ingeniería Técnica Industrial antes de lanzar la pelota a otro tejado: «No somos nosotros los que tenemos más problemas, más alumnos harapientos. Son otras facultades, como Filosofía».
La afirmación no sienta demasiado bien en terreno filosófico, donde el decano, Vicente Domínguez, deja claro que en su facultad «nadie viste de Loewe, pero tampoco aparecen en bañador ni en camiseta de tirantes». Para él, lo de que los filósofos son especialmente indecorosos en el vestir «es un estereotipo heredado de los sesenta». Imágenes comúnmente aceptadas como que los alumnos de disciplinas artísticas se llevan la palma de «las pintas» o que en Medicina manda el clasicismo.
Verdaderas o no, el decano de Filosofía relativiza lo que revela de alguien su indumentaria: «El otro día apareció Steve Jobs presentando el iPad y todo el mundo babeaba. Apareció con un jersey y unos vaqueros y, en ese momento, todo el mundo estaba por debajo de él».
En lo único que coinciden Domínguez y Díaz Carril es en que «debe funcionar el sentido común y no la regulación, que ya se intentó en algún instituto de Secundaria próximo a la playa y fracasó», recuerda el filósofo. «El único que puede regular la vestimenta de sus empleados es El Corte Inglés», vuelve a ironizar el ingeniero.
Como confirma el rector, Vicente Gotor, en la Universidad de Oviedo no existe normativa alguna que regule este tipo de cuestiones, un reglamento con el que sí cuentan instituciones como la privada San Pablo CEU, que dicta: « Todo alumno cuya forma de vestir o comportamiento no se corresponda con lo establecido podrá ser requerido para abandonar el aula. En tal caso, el profesor lo notificará por escrito al decano, quien podrá informar al rector para la incoación del oportuno expediente sancionador».
La máxima autoridad de la Universidad asturiana apela, no obstante, a que «los universitarios sean respetuosos y guarden el decoro y la compostura, como corresponde a un miembro de la institución».
Y su sentencia incluye la compleja relación entre profesores y alumnos. Porque la profesora Otero cuenta cómo un docente les confesaba a los estudiantes que calmaba su estrés con un porro «bien aliñadito», cómo otro mostraba su disposición a irse con ellos de «botellón» y cómo un tercero «instaba a sus pupilos a ir a clase cada día bien follados».
Amiguismo en las notas
En la Facultad de Biología no ha llegado la sangre al río, como pasó en octubre en una universidad brasileña que expulsó a Geisy Arruda, de 20 años, tras acudir a clases vestida con una minifalda -la polémica alcanzó rango nacional en un país famoso por los microbikinis y el culto al cuerpo-, pero el decano, Tomás Díaz, admite que sí ha tenido que reconvenir a algún alumno que apareció en bermudas.
Díaz también ha percibido que, a veces, «el trato personal entre profesores y alumnos es demasiado amigable», cuando «requiere un cierto distanciamiento para evitar problemas, porque el amiguismo incluso puede influir en las calificaciones». «Hay que dar libertad, pero también hay que dejarles claros los límites», recomienda, algo que en Biología «se hace al principio del curso, en una charla informativa».
«Evidentemente, las formas no son las que había hace algunos años», resume Norberto Corral, al frente de la Facultad de Ciencias, «pero no son otras que las que se ven en la sociedad. El problema no es de regulación, sino de educación, porque la imposición nunca funciona. Y de educación es de lo que estamos hablando. Yo también iba a la Universidad con el pelo largo mientras que mi padre insistía en que me pusiese una corbata».
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