La teoría de la innovación disruptiva y el final de la profesión de docente0
1479 08/11/2010, 10:33 deseducativos.com. Francisco Javier González-Velandia Gómez o
Se veía venir y aquí está: el oficio de enseñar toca a su fin. Final de una época larga, casi tan larga como la humanidad. Las teorías del constructivismo más radical; la exaltación de la técnica; del capitalismo, de la globalización; de la autonomía del individuo y de las organizaciones (escuela incluida); todo ello ligado a los dogmas del pedagogismo más radical (sublimación de la diferencia, la diversidad; relativismo absoluto; negación del significado de autoridad; negación del sentido de mérito individual y excelencia; rechazo de la tradición; negación de toda objetividad y por lo tanto de cualquier prueba objetiva como medida del conocimiento,…, todas estas ideas y principios cristalizan en una teoría cuya principal virtud es la de sintetizar radicalmente los principios que vienen determinando de forma ambigua nuestra educación y que contaminan todas las esferas de la vida.
Según el pronóstico de los autores de la obra “Clase disruptiva”, en menos de 20 años el 80 por ciento de los alumnos de Primaria y de Secundaria aprenderán on line con ayuda puntal del profesor. Los autores (Christensen, Horn y Johnson) vislumbran un “tipo de aprendizaje customizado (adaptado a las necesidades de cada cliente usuario) y “estudiante-céntrico” en el que el profesor oriente pero no imponga, opine pero no dicte.” (Rodrigo Santodomingo: “El triunfo de la clase on line” publicado en Magisterio Nº. 11.887, 27-10-2010.) El concepto de “disruptividad” que manejan estos autores procede obviamente del mundo de la empresa privada. Su tesis “resulta especialmente novedosa porque trata de aplicar una teoría empresarial al ámbito educativo. Las innovaciones disruptivas… ocurren cuando una nueva tecnología irrumpe en un sector o industria y agita sus cimientos hasta producir una transformación radical.” (No se trata, por lo tanto, como una primera impresión ante el título podría sugerir, de alumnos refractarios con conductas “disruptivas”, sino de pura tecnología educativa.)
“No al principio -sigo citando el artículo de Santodomingo publicado en Magisterio-, cuando dicha tecnología productos o servicios inferiores en calidad a los ya existentes, por lo que intenta abrirse mercado entre los llamados no-consumidores, es decir, aquellos que por una u otra razón no acceden a la oferta tradicional. Sin embargo, pasado un tiempo la innovación provoca mejoras tales que atraen a todo tipo de consumidores, obligando a las empresas que se sirven de la tecnología anterior a renovarse o morir.
Desde una óptica educativa la vieja tecnología sería la transmisión unidireccional de contenidos homogéneos. La nueva, el aprendizaje on line en sentido estricto… La ventaja comparativa de unas sobre otras se revela, ante todo, en la capacidad de la segunda para personalizar ritmos y enfoques a las necesidades del alumno.”
Este modelo de educación es ya una realidad en los EEUU y su número de usuarios no para de crecer de forma exponencial (en EEUU de 45.000 en el año 2000 a un millón en 2007.) El avance tanto cualitativo como cuantitativo de las plataformas educativas (más o menos formales), nos pone ante la tesitura de dar el paso a un nuevo modelo en el que el principal artífice del proceso de aprendizaje ya no sea el profesor, sino el propio alumno. Lo que en principio servía como una alternativa para determinados grupos -los denominados no-consumidores-: alumnos disruptivos, víctimas del fracaso escolar; alumnos impedidos (bien sea por motivos de salud o sociales); alumnos que quieren cursar otras asignaturas, que no se encuentran en el plan oficial de los centros educativos convencionales, se convierte desde ya en una posibilidad real, lo suficientemente madura para sustituir un modelo tradicional inservible y obsoleto.
Los promotores de la teoría disruptiva no se limitan a criticar el modelo de enseñanza más o menos tradicional, sino que su crítica se extiende al actual modo de entender las nuevas tecnologías, dependiente en el fondo (y en la superficie) del modelo tradicional: las TIC se limitan en la mayoría de las casos a ser una herramienta de apoyo en la transmisión de conocimientos académicos, sin liberar su inmenso potencial revolucionario. Uno de los coautores de la teoría y consultor educativo de renombre en los EEUU, Curtis W. Johnson, lo expresaba así en una entrevista concedida a MAGISTERIO durante el “Global Education Forum” celebrado recientemente en Madrid:
“Durante las últimas décadas, los ordenadores han llegado al aula como meros añadidos, como quien instala un teléfono. Y es muy distinto concebir una nueva tecnología como una herramienta más del sistema tradicional que como una plataforma, como la capacidad fundacional de un nuevo contexto educativo.”
“Hasta ahora los ordenadores se ha utilizado siempre de forma predecible y errónea.”
Para concluir, según estos autores, para el 2024 la enseñanza obligatoria online afectará a un 80 por ciento del alumnado. Teniendo en cuenta que la regla general de “que todo lo que sea posible en un país puede ser también posible en casi cualquier otro en un futuro previsible” (y más si se trata de los EEUU), es hoy en día aún más válida que cuando la enunció Arendt a mediados del siglo pasado, podemos asegurar que la revolución educativa y social que plantean los defensores de la escuela disruptiva afectará de lleno a un país como España, especialmente proclive a depender de las propuestas exteriores (angloamericanas se entiende.)
La enorme cantidad de interrogantes que esta teoría plantea nos hace dudar de la seriedad de la misma. ¿Se trata de una boutade colosal, una más a las que no tienen acostumbrados los iluminados de la Posmodernidad? ¿Una provocación? Lo que en cualquier caso resulta llamativo es su falta de sentido común. Históricamente sabemos de casos de personas autodidactas, que han sido capaces de alcanzar unos niveles extraordinarios de conocimiento. Pero casos como los de Leibniz constituyen más bien la excepción que confirma la regla. Y la verdad es que pensar que un alumno “normal” sea capaz de responsabilizarse de su propio proceso de aprendizaje, no deja de resultar cuanto menos extraño. Es presuponer que el alumno es capaz a priori, a partir sus “intereses” (¿sus intereses?, ¿qué intereses?) de justamente aquello que constituye el término del proceso educativo: la plena autonomía como sujeto. Incluso en el caso de adultos ya formados no parece convincente pensar que sean capaces de diseñar un programa personalizado de campos del saber sobre los cuales su desconocimiento es manifiesto. ¡Con más razón para un muchacho de diez años! Por otra parte, pensar que la aplicación de modelos empresariales a la enseñanza va a servir como instrumento de compensación en las desigualdades sociales, resulta de una ingenuidad sorprendente (antes confiar en el mismísimo Lucifer.)
Tampoco es nada clara la función que deberá tener el maestro o el profesor en la sociedad virtual del futuro. “Es posible que en el futuro haya menos profesores.” No es posible, es -de acuerdo a las tesis de la teoría disruptiva- seguro. ¿Qué sentido puede tener la figura del profesor en un contexto así definido? Escuchemos lo que nos dice Curtis W. Johnson:
“Aunque el alumno asuma más responsabilidades en su aprendizaje, el profesor debe estar ahí para animarle y ayudarle a idear caminos que puedan conducir al éxito, a resolver problemas concretos, a arrojar luz cuando se bloquea. En especial si el alumno se embarca en proyectos interdisciplinares que implican a varias personan de distintos ámbitos. Ahí el profesor debe supervisar y explicar al alumno las formas más eficientes de colaboración cuando se trabaja en equipo, una habilidad que casi no se practica en la enseñanza tradicional pero que resulta fundamental para tener éxito en el mundo laboral. En algunos aspectos, el nuevo modelo de predominio on line va a preparar mejor al alumno para la vida real.”
Está claro: no hacen falta profesores, ni de matemáticas, ni de lengua, ni de nada, sino más bien especialistas en management de empresa, ¿o tal vez orientadores adoctrinados en la nueva religión y reciclados en las TIC? ¿En qué puede ayudar, pongamos por caso, una profesora de literatura, gran conocedora de la obra de Fray Luis de León y amante de otras momias similares, a un grupo de alumnos que se ha atascado en un proyecto multidisciplinar sobre la influencia del reggaeton –tema apasionante, sin duda- en la violencia de género?
Preguntado, “¿se necesitarán menos profesores en el futuro?”, responde:
“Hay gente que sostiene, que siendo éste un modelo económico más eficiente se necesitarán menos profesores porque un docente podrá ocuparse de más alumnos. Es una consecuencia posible, aunque no estoy seguro de que sea deseable.”
Aquí parece sentirse más débil y un tanto veleidoso. Es obvio que se necesitarán menos profesores y ninguno en el sentido de lo que habitualmente se entiende por profesor. Ello queda claro en su respuesta sobre la posibilidad de que la escuela como institución desaparezca, una vez se imponga la enseñanza on line:
“…es algo que ya está ocurriendo: el crecimiento de los cursos on line ha sido espectacular en los últimos. Y si hablas con alumnos de Secundaria que van a clase todos los días, muchos te dirá que aprenden más fuera del colegio que dentro. Esto se debe a que la mayoría de las escuelas en la actualidad mantienen un modelo pensado para el siglo XX. Cuando reconozcan que los ordenadores forman parte del mundo del estudiante actual, que cuando los utilizan es cuando más aprenden, entonces podrán capitalizar su situación y adaptarse al nuevo contexto, en lugar de ignorarlo y dejar que otros tomen ventaja.”
Lo que parece olvidar el Señor Johnson -con una falta de rigor científico alarmante- es profundizar en el sentido de las aseveraciones de los alumnos: ¿en qué sentido aprenden más?, ¿qué es exactamente lo que aprenden más?, ¿desde qué criterios de evaluación se pueden dar por válidas tales afirmaciones? Sea como sea, no se puede ser más claro. El pedagogo-consultor furioso ha hablado y nos señala el camino de la verdad. Bienvenidos al sueño de Matrix.
“..es como si enseñas a alguien por primera vez la televisión en color y luego le dices que lo correcto es que la siga viendo en blanco y negro. Una vez que los alumnos han sido expuestos a este tipo de aprendizaje mucho más personalizado, interactivo y colorista, es lógico que se opongan a sentarse obedientemente en un pupitre para escuchar a una persona que afirme saber lo que todos tienen que aprender. Es imposible que funcione.”
Y no hace falta esperar 20 años para ver realizado el sueño:
“No hace falta ir tan lejos. En cinco años habrá una cantidad muy elevada de colegios en los que el gran objetivo docente será ayudar a trazar un plan individual basado en los intereses del alumno. Cada vez resulta más claro que se puede enseñar lo fundamental, lo que todo niño debe aprender (en Matemáticas, Lengua…), a partir de lo que le apasiona a cada uno.”
La última frase no deja lugar a equívocos: nos encontramos ante un fanático. El alumno, al matricularse en su escuela, informa de todo aquello que le apasiona: la astrofísica, el psicoanálisis, los juegos de rol y la cocina macrobiótica. A partir de aquí un experto, o mejor un equipo de expertos, diseña un plan customizado de e-learning adaptado a las necesidades individuales del alumno “x” y ¡a aprender on line! No cabe duda, de que los autores de la teoría disruptiva no han visto un alumno disruptivo en su vida, probablemente no hayan visto a ningún alumno real (puede que sí virtual.) Como método de suicidio colectivo, hay que reconocer no obstante que no está mal del todo.
Un dato muy interesante de la entrevista es la actitud de los sindicatos educativos americanos. Ante la pregunta de cómo acogieron “Clase disruptiva” los sindicatos de su país, el Señor Johnson responde que su primer discurso, tras publicar su libro, fue precisamente ante líderes sindicales educativos y que, “pese a sus temores a recibir fuerte críticas”, la respuesta sindical fue de lo más favorable. Lo que muestra que el Señor Johnson, aparte de no saber muy bien lo que es un alumno real, tampoco sabe muy bien lo que se cuece en la inmensa mayoría de sindicatos educativos, claramente favorables a las tesis del pedagogismo radical y que ven en el modelo de enseñanza propugnado por los autores de la “Clase disruptiva” la posibilidad de acabar por fin con la meritocracia y el viejo academicismo (elitista y aristocrático). Cito:
“Casi al unísono me dijeron: sabemos que la transformación es inevitable, que el status quo no se sostiene, y queremos jugar un papel importante en el cambio.”
No deja de resultar tragicómico este extraño idilio entre el Capital y los Sindicatos, una muestra evidente de la confusión en la que está hundida nuestra sociedad posmoderna. Una vez más, comprobamos como la ideología dominante neoliberal (tradicionalmente de “Derechas”) es perfectamente capaz de asumir principios asociados con el Progresismo (tradicionalmente asociados a la “Izquierda”) para integrarlos (instrumentalizarlos) en su propio beneficio (¡con el aplauso de la Izquierda!). La apisonadora del Capital es el artefacto más potente que ha construido la mente humana.
La inconsistencia de la teoría disruptiva de la educación, sus paradojas y ambigüedades, hacen (en principio) poco probable que llegue a imponerse como la alternativa real al actual sistema. Hemos de pensar, sin embargo, que nuestro actual sistema se basa en “teorías” no menos delirantes que la de Christensen, Horn y Johnson, al fin y al cabo una consecuencia lógica de aquéllas, y que tales teorías son las que dominan el mundo real. Tal vez, para aquellos docentes no-progresistas (entre los que se encuentra el que aquí escribe) a los que el actual sistema les ha llevado a sentirse mal en su trabajo, a sentir aversión por el mismo, no sea tan mala noticia la revolución que se anuncia ya en el horizonte incierto de los nuevos tiempos. Tal vez, el problema en un tiempo difícil de adivinar, pero no tan lejano, sea qué hacer con todos esos docentes fuera de tiempo y de lugar.
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